octubre de 2020
Todos sin excepción hemos escuchado frases comunes: “El cambio es una constante”, “es una puerta que solo se puede abrir desde adentro”; sin embargo, ¿qué tan conscientes somos de lo que realmente significa el cambio individual?, ¿qué genera en nuestro interior?, ¿por qué reaccionamos de manera positiva o negativa?
*AUTOR: Sonia Patricia Murillo, especialista en Gestión Humana y Desarrollo Organizacional.La palabra cambio en sí misma genera ansiedad y en nuestro interior se disparan sensaciones diversas que nos producen emociones como miedo, enojo, frustración, resignación y alegría, entre otras. Cuando percibimos que se altera o rompe de alguna manera el equilibrio, estabilidad o control que creemos tener sobre ese aspecto de nuestra vida que está siendo impactado por un cambio, reaccionamos.
A lo largo de mi vida profesional, he encontrado que, en primera instancia, la mayoría de personas reaccionan de manera negativa a los cambios, así sus impactos posteriores sean positivos.
Un común denominador que he encontrado es el miedo que, en ocasiones, paraliza, nubla la mente e impide que pensemos con claridad y tranquilidad. De alguna manera la mente se ‘cierra’ y la actitud hacia estos cambios se torna negativa. El miedo a lo desconocido suele generar bloqueo, inhibición, más aún si el cambio no lo decidimos nosotros mismos.
Regresemos por un momento al inicio de nuestra vida consciente: todo era nuevo, estábamos totalmente abiertos y dispuestos a aprender cada día y en cada momento a descubrirlo todo, a experimentar, a probar.
Cada situación nueva, reto o aprendizaje se constituía en una maravillosa oportunidad para crecer; lo cual también conllevaba a acumular hábitos y costumbres, a los cuales nos acomodábamos sin ser muy conscientes y fuimos acuñándolos como las maneras propias y correctas de ser, pensar, actuar y sentir.
Buena parte de nuestros hábitos y costumbres son los que hoy nos impiden adoptar una actitud positiva hacia los cambios cotidianos.
¿Cómo sería nuestra vida si no tuviéramos miedo a estos? ¿Qué pasaría en nuestro interior y en nuestro alrededor, si los cambios los viéramos de una manera positiva, como retos, oportunidades? Ya lo enunciaba Charles Darwin (1809-1882): “No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor a los cambios”.
Es curioso que todos —en mayor o menor medida— mantenemos el gusto por probar cosas nuevas: un lugar por conocer, nuevos ritmos para bailar, canciones que no habíamos escuchado y nos cautivan, nuevos artistas, comida desconocida, personas nuevas en nuestras vidas. Lo anterior se facilita, mientras sentimos que tenemos el control, la posibilidad de elegir; pero ¿no siempre tenemos esta posibilidad? Estoy convencida de que sí.
Elegimos nuestras reacciones frente a los hechos cotidianos de menor o mayor importancia para nosotros, decidimos si vencemos o no los temores que nos generan, nos enfrentamos a retos y situaciones, nos atrevemos o no a romper hábitos o costumbres, optamos o no por aprender algo nuevo.
Recientemente, en alguno de los talleres que dicté sobre disposición hacia los cambios, planteé un reto sencillo sobre algo cotidiano: utilizar la mano no dominante para realizar alguna de las actividades que solemos hacer en ‘automático’ con la mano dominante; por ejemplo, comer o peinarse. No dejó de sorprenderme que uno de los participantes —joven, por cierto— de inmediato aseguró que si lo intentaba, lo iba a hacer mal.
Si de entrada elijo que mi mente decida que no soy capaz ni siquiera de ensayar un cambio tan pequeño y considero que va a salir mal, el resultado no podrá ser diferente: elijo no intentar, mantengo mis hábitos y prefiero no descubrir de qué sí puedo ser capaz.
El temor a realizar el más pequeño cambio es quien gana y simplemente ni me atrevo a intentarlo. Triunfa el temor a dejar lo seguro, lo conocido y afloran las resistencias; en el caso del joven, la resistencia a equivocarse y el miedo a no hacerlo bien ganaron la partida.
Desde el plano personal, nos resistimos a los cambios por el temor al fracaso, a lo que otros piensen, a sentirnos rechazados; por esto nos conformamos con seguir haciendo más de lo mismo, que en muchas circunstancias no es lo que nos permite sentirnos bien y felices.
Sin lugar a dudas, también la dificultad para reconocer los errores y soltar los apegos cuenta dentro de esas resistencias al cambio.
En otro caso, una participante no solo decidió aceptar el reto, sino compartirlo con su familia. Como bien lo planteó Sócrates: “El secreto del cambio es enfocar toda la energía no en luchar contra lo viejo, sino en construir lo nuevo”.
Como siempre se puede elegir con qué actitud se asumen los cambios, parte de la clave está en serenarse, sobreponerse ante lo que creemos que va a ser difícil, entender cómo se puede lograr el resultado esperado buscando alternativas, adaptarse a las nuevas circunstancias e intentarlo hasta lograr el resultado esperado.
En la medida en que seamos dueños de nuestras conductas y reacciones, con mayor facilidad lograremos no solo adaptarnos a los cambios, sino anticiparnos y, por qué no, ser promotores de estos para nosotros y para otros.
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